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    Al reflexionar sobre mi entorno, me doy cuenta de que he presenciado varias situaciones donde se manifiestan la hegemonía cultural y las violencias simbólicas, sobre todo en el ámbito laboral. Recuerdo un caso en el que una compañera fue sutilmente ignorada en reuniones importantes, mientras sus ideas solo tomaban peso cuando otro colega (un hombre) las expresaba de manera similar. Al verla marginada, era evidente que había prejuicios de género en juego, aunque no se señalaran de manera directa.

    Esta situación reflejaba una forma de violencia simbólica basada en estereotipos de género. La idea de que las opiniones de una mujer deben ser confirmadas o validadas por un hombre para ser relevantes responde a normas y expectativas socialmente naturalizadas. La organización parecía asumir que estas actitudes eran “normales” o parte de la cultura de trabajo, lo cual fortalecía un sistema donde las mujeres enfrentan barreras invisibles para ser tomadas en serio. Esta normalización hizo que el problema pasara desapercibido, sin que nadie se cuestionara la dinámica.

    Creo que la heteronormatividad y el régimen político del deseo también influyen en estas situaciones. Al seguir patrones culturales que priorizan ciertas voces y minimizan otras, se perpetúan relaciones de poder y jerarquías invisibles. En este caso, el hecho de que el entorno laboral siguiera un esquema tan rígido de validación masculina limitaba la igualdad de voz y acceso a la influencia para todos, reforzando un sistema que ignora la diversidad de perspectivas y la importancia de escuchar todas las voces.

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