Recuerdo un caso de acoso escolar en mi colegio que, afortunadamente, logramos identificar a tiempo. Un estudiante, al que llamaré Juan, comenzó a mostrarse retraído y a faltar con frecuencia a clase. Al principio, nadie entendía qué estaba pasando, pero luego de notar que varios de sus compañeros hacían comentarios negativos sobre él y se burlaban constantemente, empezamos a sospechar que algo no estaba bien. Fue evidente que el cambio en su comportamiento estaba relacionado con el ambiente hostil que estaba enfrentando.
Al darnos cuenta de esto, algunos profesores y yo decidimos intervenir de inmediato. Organizamos una reunión con Juan y creamos un espacio seguro para que pudiera expresar lo que sentía. Durante esa conversación, él pudo contar lo que había estado viviendo y cómo se sentía excluido y atacado. Esta intervención temprana no solo ayudó a que Juan se sintiera comprendido, sino también a que tomáramos medidas para frenar el acoso y trabajar con sus compañeros para fomentar el respeto y la empatía.
Gracias a la identificación oportuna del acoso, logramos evitar que el problema se agravara y que Juan se viera afectado a largo plazo. Implementamos talleres de convivencia y sesiones de acompañamiento emocional que no solo beneficiaron a Juan, sino también a sus compañeros, ayudándolos a reflexionar sobre el impacto de sus acciones. Fue una experiencia que demostró la importancia de estar atentos a los cambios en el comportamiento de los estudiantes y de actuar de inmediato para prevenir las consecuencias del acoso escolar.