A pesar de que vivimos en una sociedad en la que muchas familias siguen estructuras de poder basadas en valores heteronormativos y patriarcales, existen aquellas que, aunque inicialmente se ven influenciadas por estos modelos culturales, logran romper con ellos. Mi familia es un ejemplo de esto. En un principio, nos regíamos por las tradiciones que se nos habían inculcado, con roles muy marcados y una jerarquía determinada por estas normas sociales. Sin embargo, con el tiempo y la llegada de nuevas ideas sobre igualdad y convivencia, nuestra familia fue adaptándose progresivamente.
Nos dimos cuenta de que, en realidad, todos somos iguales, y que el valor de cada persona no está definido por su rol o género dentro de la familia. Este proceso de evolución nos permitió comprender que el respeto y la equidad deben ser la base de cualquier relación familiar. Al final, cada miembro de mi familia tomó su propio rumbo y decidió su destino de forma individual, dejando atrás aquella estructura heteronormativa y patriarcal que en su momento nos definía. Hoy, somos una familia donde todos nos valoramos como pares, sin jerarquías ni imposiciones.